Nuestro tema de hoy son los estímulos morales y materiales en el debate económico y político cubano de comienzos de la década del 60. La posición que sobre este problema adoptó el Che se hizo célebre a nivel mundial porque intentó seguir un camino distinto al tradicional, al que se consideraba por entonces “marxista ortodoxo”. En primer lugar, como bien plantea Michael Löwy en su artículo “Ni calco ni copia. Che Guevara en la búsqueda de un nuevo socialismo”, lo que hay que destacar de ese debate cubano que se desarrolló entre 1963 y 1964 es, precisamente, ...¡que hubo debate!. Y no es poco. Porque en la tradición de la cultura política de la izquierda no siempre se vio bien el hecho de que existieran distintas corrientes polemizando abiertamente, entre compañeros, fraternalmente. En ese debate de 1963 y 1964, ninguna corriente se consideraba enemiga, ni nada parecido, aunque había entre ellas profundas diferencias de enfoques, de visiones políticas, filosóficas, económicas. El principal hecho a destacar, entonces, es que hubo debate y ninguno de los grupos que debatió terminó en un campo de concentración —como sí sucedió en la revolución bolchevique durante los años ‘30, donde también hubo debate, pero bueno, ahí los debates eran “un poquito más duros”, porque el que perdía terminaba desterrado, fusilado o preso—. En cambio dentro de la revolución cubana, ninguno de los grupos que debatieron, ni de las personalidades, ni los dirigentes, ni las corrientes, ninguno de ellos terminó preso, muerto o encarcelado. Se discutió y se debatió públicamente. Ese es el primer hecho a destacar. ¿Qué es lo que se estaba discutiendo?. ¿Fue un debate puramente “económico” como habitualmente se recuerda? Nosotros pensamos que no hay en el Che Guevara un pensamiento económico, un pensamiento político, un pensamiento filosófico, y así de seguido, sino que lo que encontramos en el Che es un proyecto integral y totalizante de qué es y qué debe ser el socialismo y la revolución. Dentro de ese proyecto integral Guevara aborda distintos problemas específicos, distintas dimensiones, pero todas integradas en una visión totalizante. Al ir estudiando necesitamos ir desagregando el pensamiento del Che. Lo hacemos justamente para poner en crisis esa lectura habitual del sentido común de izquierda que dice “el Che era un revolucionario práctico pero de teoría no entendía nada; para entender la teoría marxista hay que leer a los clásicos europeos; en América latina nadie produjo nada, a lo sumo publicaron a los clásicos europeos y punto”. Para poner en crisis ese tipo de lectura, que todavía anda dando vueltas por allí, nosotros desagregamos diversas problemáticas. Pero en vida del Che todas ellas estaban integradas y unidas, eran parte de un mismo proyecto totalizante. Hoy vamos a abordar el problema de los estímulos morales y materiales, pero nuestra opinión es que esa desagregación es puramente metodológica y responde a un criterio pedagógico.
En el pensamiento original del Che todos esos problemas están vinculados y están unidos. Esto tiene importancia porque en la tradición marxista y revolucionaria no todas las corrientes opinan así. Esto que nosotros plateamos es una opinión, nada más. Existen otras corrientes que dicen que por un lado está LA economía, por otro lado, en otro plano, bien separado, está LA política y en otro plano, más lejos aún, está LA filosofía y LA deología. Por lo tanto... habría una economía marxista, una filosofía marxista, una teoría política marxista, etc., etc. Nosotros con esa visión, dentro mismo del marxismo, no estamos de acuerdo. Por el contrario, pensamos que no hay una economía marxista, una filosofía marxista, una teoría política marxista, sino que lo que tenemos es un pensamiento integral que piensa cómo funciona la sociedad capitalista y cómo se puede derrocarla mediante la revolución. Por lo tanto, el tipo de planteamiento que suscribimos –creemos que el Che camina por ese rumbo- consiste en un pensamiento centralmente político que tiene como eje la praxis, la actividad, la creación desalienada, la acción, la lucha de clases y la revolución. Todo lo demás es parte integral y gira en función de eso. La filosofía, la crítica de la economía política, la concepción acerca de la sociedad, acerca del Estado, de la ideología, de la cultura, del sujeto, de la historia, etc.,etc.,etc. es parte de una concepción social del mundo centralmente política. Son dos visiones del marxismo bien distintas. A primera vista, pueden parecer un matiz de palabras, pero en realidad, no. La diferencia es más profunda. Después, cuando estos planteos se llevan a la práctica, obtenemos concepciones muy distintas del socialismo que tienen consecuencias bien distintas. En cuanto al debate “económico”, entre comillas (ahora aclaramos porqué entre comillas: insistimos, para nosotros no fue solamente economía de lo que estaban discutiendo en 1963 y 64, se discutían proyectos políticos), lo primero que hay que señalar es quiénes fueron los protagonistas. Los protagonistas fueron dirigentes políticos cubanos, pero también dirigentes políticos y teóricos académicos europeos. Es decir, fue un debate que no quedó circunscripto a Cuba, también intervinieron europeos. Como nota al pie, como detalle, podríamos agregar, aunque no fueron protagonistas directos del debate, que hubo argentinos en la discusión, no fueron de los centrales, simplemente por allí tomaron partido por una u otra posición y fijaron posición. ¿Quién?. Estamos pensando por ejemplo en Antonio Caparrós que estaba en Cuba en ese momento, era psicólogo, colaboraba con el Che Guevara y escribe un largo artículo, muy extenso, sobre este tema de los estímulos morales y los estímulos materiales. Su artículo se titula “Incentivos morales y materiales en el trabajo”.
Cuando el Che se va al África, a combatir en el Congo, en una de las últimas reuniones del Ministerio de Industrias le dice a sus colaboradores (más precisamente a Miguel Ángel Figueras) cuál artículo publicar en el N°15 de la revista Nuestra Industria Económica: "Pon el artículo que salió en Marcha [es decir, “El socialismo y el hombre en Cuba” de su autoría], pon el artículo de Alberto Mora, donde me echa y defiende el estímulo material, pon el artículo de Mandel y pon el artículo de un psicólogo argentino sobre la naturaleza humana respecto al problema de los estímulos”. Estos artículos se publicaron en Nuestra Industria, la revista que armaba el Che, una revista no académica que publicaba el Ministerio de Industrias. Era una revista política, no era técnica solamente. El artículo de Antonio Caparrós, también fue publicado en la revista de la nueva izquierda argentina
N°33, mayo de 1988), en determinado período de la revolución, Fidel Castro entrega temporariamente la dirección de la economía a
¿Las áreas de aplicación, dentro de este debate, cuáles son? Creemos que básicamente dos. El Che es Ministro de Industria en ese momento; había sido Presidente del Banco Central y Carlos Rafael Rodríguez es Ministro de
Se pasa a discutir inmediatamente después sobre distintas vías posibles de política económica. De allí se pasa a debatir sobre qué es la economía política y qué lugar juega en ella la teoría del valor (particularmente en una sociedad del Tercer Mundo que marcha, gracias a una revolución anticapitalista, en transición al socialismo).
Todo este itinerario del debate de 1963 y 1964 conduce finalmente a debatir alrededor de una serie de preguntas mucho más abarcativas, mucho más generales, mucho más ambiciosas que tienen que ver con las diversas maneras de comprender la concepción materialista de la historia, la concepción de la sociedad que maneja el marxismo. Porque, obviamente, los participantes de este riquísimo debate, de esta compleja polémica, entienden el marxismo (no sólo en términos políticos sino también en cuestiones de índole teórica) de maneras muy distintas... ¿Qué es el marxismo? Para decirlo de manera harto breve: Lo que conocemos como “marxismo” consiste en aquella concepción fundada por Marx y Engels (continuada por muchísimos otros compañeros y compañeras a lo largo de la historia, hasta llegar a nuestro presente) que tiene por objetivo explicar de manera materialista cómo funciona la sociedad y qué lugar jugamos nosotros ahí adentro. “¿Explicar de manera materialista” no implica meterse a discutir “cómo es la materia física natural?”. Al marxismo –al menos al marxismo revolucionario- no le preocupa discutir cómo funciona el interior de los átomos, ni de qué componentes químicos está hecha la madera o el metal. No, cuando decimos que el marxismo “explica de manera materialista” estamos pensando en las relaciones sociales y en procesos sociales, no en fenómenos u objetos vinculados a la naturaleza física o química. “Explicar de manera materialista” quiere decir, que para el marxismo la clave de cómo funciona la sociedad y de cómo se desarrolla la historia reside en la materialidad de las relaciones sociales. La materialidad que le interesa al marxismo es la materialidad de las relaciones sociales, no la materialidad de un organismo biológico o de un componente químico del suelo. Es en el terreno de las relaciones sociales donde se juega el destino de la historia humana.
Incluso la impostergable lucha por limitar el envenenamiento de la atmósfera, por frenar la explotación irracional de la naturaleza que conduce al agotamiento de los recursos naturales o por rechazar la imposición de los alimentos transgénicos –clásicas preocupaciones ecologistas- remite, desde una óptica marxista, a una lucha estrictamente social. Al marxismo, entonces, no sólo le preocupa “explicar de manera materialista” cómo funciona la sociedad. También le interesa –al mismo tiempo- comprender el papel jugado por nosotros y nosotras –el sujeto- dentro de esa lucha. No hay explicación “objetiva” que no sea al mismo tiempo explicación de la subjetividad social. Eso es, precisamente, la dialéctica de la historia. Todo este tipo de preocupaciones por “explicar” y “comprender”, remiten a su vez a un proyecto político práctico: la transformación de las relaciones sociales y del lugar que el sujeto juega dentro de esas relaciones. No basta comprender si al mismo tiempo no se intenta cambiar el mundo y transformar la sociedad. Pues bien, en
La explicación sintética, sumaria y extremadamente apretada que nosotros recién acabamos de esbozar sobre ¿qué es el marxismo? responde –al menos eso creemos- a la manera cómo el Che Guevara entendía el marxismo. Esto es: como una teoría de la sociedad que no se agota en el mero comprender o en el mero interpretar, sino que al mismo tiempo apunta a la modificación de las relaciones sociales y del lugar activo que dentro de ellas juega el sujeto (colectivo) en la historia. Mientras Charles Bettelheim –en sintonía con Stalin y con Louis Althusser- concebía el marxismo de una manera marcadamente “objetivista” (esto es, de un modo en el cual la intervención política e ideológica activa del sujeto colectivo se desdibuja para dejar el lugar central al respeto absoluto por las llamadas “leyes generales de la economía”), el Che Guevara lo entendía de un modo esencialmente praxiológico. Esto significa que para Ernesto Guevara el marxismo no solamente sirve para descifrar el funcionamiento de la sociedad sino que también brinda las pistas centrales para intervenir eficazmente en el curso de la historia. Existen regularidades, la historia no es un suceder azaroso de hechos incomprensibles (como postularía años después el posmodernismo). Pero esas regularidades –denominadas “leyes”- no tienen una existencia absoluta. Son históricamente relativas. Se pueden modificar. Es más, en la transición socialista, cuando existe un poder revolucionario, cuando los revolucionarios han logrado triunfar y han tomado el poder político se puede intervenir activamente en el curso del desarrollo social.
La ley del valor, por ejemplo, se puede violentar. No hay que “respetarla” pasivamente, como proponía en sus manuales Stalin en
Lo que prima en el pensamiento “económico” del Che es la opción política comunista, la vía estratégica hacia la construcción de un nuevo tipo de subjetividad histórica. Una subjetividad que no puede construirse a partir de “las armas melladas del capitalismo”, como, por ejemplo, a partir de los mecanismos mercantiles que nosotros, quienes vivimos en una sociedad capitalista, padecemos plenamente por sufrirlos todos los días.
Eso también está presente en el debate. En todo ese conjunto de problemas, como parte de este cuadro general de discusiones políticas y teóricas, se encuentra el debate de los estímulos morales y materiales. Podemos hacer un recorte y focalizar nuestra mirada en este aspecto particular del debate. Porque a veces, cuando se quiere reconstruir el pensamiento del Che, se recorta esto y queda en el aire la afirmación que “el Che era partidario del estímulo moral”, asimilando esa posición, de manera bastardeada y despolitizada con un tipo de pensamiento según el cual el Che era algo así como “una buena persona”, “un joven bienintencionado”, o una imagen roussoniana según la cual “Guevara apelaba a la bondad del hombre...”. Existieron filósofos del siglo XVIII, como Juan Jacobo Rousseau, quien decía que el ser humano es muy bueno por naturaleza, la sociedad y sus instituciones lo hacen malo. Pero el Che no está en esa órbita de problemas. Su planteo es políticamente mucho más radical. No está construyendo una antropología filosófica. Su planteo es político radical, aunque, sí, conciba al ser humano como un “sujeto inacabado” y, por ello mismo, también conlleva implícitamente una visión antropológica. Entonces: ¿el ser humano es bueno o es malo? Parecería que desde este punto de vista, para Guevara el ser humano es bueno... por eso sería tan importante el estímulo moral. Esta visión no tiene nada que ver con el marxismo del Che. El Che se plantea la discusión en otro terreno, por eso hay que inscribir su opción a favor de los estímulos morales en el contexto de cómo se dio efectivamente el debate en la historia de
Para no construir un Guevara que no existe y nunca existió, un Guevara metafísico que habla de “el hombre en general”, un Guevara para el consumo de los profesores de filosofía o de los burgueses progresistas con buena conciencia y bienintencionados, ilustrados y bienpensantes.
Recapitulemos. La discusión de 1963 y 1964 se produce en diversos niveles: intervienen las distintas posiciones políticas internacionales, las tradiciones políticas internas de Cuba, cómo entienden el marxismo cada uno de los que participa y opina, el proyecto de la industria, el proyecto del agro, y en el seno de todo este cuadro general se plantea la discusión en torno a estímulos materiales o morales. La posición de Carlos Rafael Rodríguez, en el terreno “económico” (con comillas, ya que, insistimos, nosotros pensamos que no es sólo un problema económico lo que se debate) consiste en un sistema denominado “cálculo económico”. Por eso lo apoya Bettelheim, cuyo libro se llamará más tarde Cálculo económico y formas de propiedad (1972). ¿En qué consiste? Sintéticamente: en una economía socialista o que está iniciando el tránsito hacia el socialismo, después de haber tomado el poder, después de haber hecho la revolución, después de haber destruido al ejército burgués y sus aparatos de represión, en ese período histórico, los partidarios del cálculo económico creían que tiene que haber mercado. En el lenguaje marxista más técnico: las categorías mercantiles sobreviven en ese período histórico, no quedan anuladas con la toma del poder, el mercado continúa durante un lapso de tiempo. En la transición al socialismo el mercado sigue valiendo, las mercancías hay que venderlas por lo que valen, según la ley del valor. Cada empresa, socialista ahora (nos olvidamos de los propietarios burgueses..., empresas que están en propiedad colectiva), a pesar de ser propiedad del pueblo, propiedad de los trabajadores que la hacen funcionar, tiene que gestionarse a partir de un criterio de “autogestión financiera”. No depende de un presupuesto central, depende de sus propios recursos, por ello su funcionamiento interno tiene que tener por finalidad maximizar las ganancias y disminuir las pérdidas, para poder mantenerse y reproducirse (no en el mismo plano sino en escala ampliada, acumulando. No para un burgués individual sino para las necesidades sociales). En consecuencia, para los partidarios del “cálculo económico”, en la transición socialista se mantienen las categorías mercantiles (regulación a través del valor, mantenimiento del dinero, precio de mercado, intercambio mercantil, manejo autónomo de los recursos independientemente de las otras empresas, etc.,etc.). Es decir que continúa la lógica del mercado. Toda empresa mercantil se maneja así, lo que sucede es que en el capitalismo eso se realiza a costa de la explotación de los trabajadores. Se supone que en la transición socialista no, pero los partidarios del cálculo económico argumentan: “eliminamos la explotación del hombre por el hombre, ya no hay plusvalía, en todo caso hay un trabajo excedente”. Esto significa que los trabajadores producen más del mínimo necesario para comer y reproducirse y ese plus se distribuye socialmente, no se lo queda un burgués o un grupo de burgueses. Entonces, si el trabajo excedente se socializa, no hay explotación.
Pero la lógica mercantil debe continuar –argumentan- una serie de años para que la economía funcione. Esto sostienen los partidarios del cálculo económico. El argumento central de ellos gira en torno al “débil desarrollo de las fuerzas productivas” que todavía existe en Cuba en aquellos años ’60. Según ellos, el marxismo prescribe que en la historia siempre las fuerzas productivas van delante y atrás las relaciones sociales de producción. Pus bien, si las fuerzas productivas están atrasadas en Cuba, no se puede hacer avanzar las relaciones de producción (no se pueden plantear relaciones sociales donde no medie el dinero o el intercambio mercantil, cuando existe una industria todavía no desarrollada). En el fondo Carlos Rafael y Bettelheim siguen lealmente aferrados al marxismo de Stalin.
Para Stalin la clave del desarrollo histórico siempre está en la dimensión de las fuerzas productivas. Así lo plantea ya desde 1905 en su folleto ¿Anarquismo o socialismo? Y lo vuelve a repetir cada vez que puede, incluyendo los capítulos sobre “Materialismo histórico y dialéctico” de
Para aumentar el incentivo en el trabajo y la producción –eliminando el ausentismo, por ejemplo, o el trabajo a desgano- hay que dar premios materiales a los trabajadores de las empresas autárticas y autogestionadas: hay que otorgar estímulos materiales. En lo posible individuales.
Por eso los partidarios del cálculo económico promueven la autogestión financiera de las empresas, cada empresa maneja su dinero y su contabilidad. Entre todas ellas compiten. Ya no se le llama “competencia” –como en el capitalismo- sino “emulación”, pero no es muy distinto...Aunque sean socialistas, aunque no haya patrones, cada empresa es autónoma y cuando una empresa intercambia con otra empresa —ambas, insisto, sin patrones— intercambian, dicen estos compañeros, mercancías. La empresa de tractores, supuestamente, le da una serie de tractores a una empresa agrícola y la empresa agrícola le paga un dinero equivalente al valor de los tractores: están intercambiando mercancías, con la salvedad, de que no hay un patrón en el medio, no hay capitalistas en el medio, pero intercambian mercancías entre sí. Según este esquema, el mercado sigue siendo el gran regulador social, aunque ahora esté “acompañado” y “controlado” por la planificación socialista... Este es, sintéticamente, el punto de vista de Bettelheim y Carlos Rafael Rodríguez. ¿Qué opinaba la otra corriente, la que defendía el Che Guevara? Si los partidarios del cálculo económico promovían la autogestión financiera de las empresas, la otra corriente que discutía en esos años dentro de la revolución cubana planteaba un proyecto denominado “Sistema Presupuestario de Financiamiento”. ¿En qué consistía? Básicamente en lo siguiente: el período de transición al socialismo comienza después de tomar el poder (los cambios no surgen recién después de tomar el poder, no se puede posponer todo para “el gran día” de la toma del poder...es cierto...la transformación social comienza mucho antes, pero es imprescindible tomar el poder si realmente se pretende revolucionar el conjunto de la sociedad y no sólo una pequeña parcela local). Aclaramos esto porque la transformación del conjunto de la sociedad no se puede hacer dentro del capitalismo, es una ilusión utópica (en el peor sentido de la palabra), pretender realizar este proyecto sin tomar el poder. Se puede transformar una empresa recuperada, transformarla en una cooperativa o gestionarla bajo control obrero, pero siempre se tratará de ejemplos aislados o, en el mejor de los casos, de zonas periféricas del capitalismo, aquellas que los grandes capitalistas –por diversos motivos- han abandonado a su suerte y son recuperadas por los trabajadores que así realizan una excelente experiencia directa demostrando que los patrones no son imprescindibles (además de mantener la fuente de trabajo). Pero, no olvidemos que aún en esos casos maravillosos –que nosotros, en Argentina, apoyamos entusiastamente- se trata de sectores marginales y colaterales dentro del capitalismo.
Para generalizar esa experiencia y realizar una transformación total y radical de la sociedad hay que tomar el poder mediante una revolución. No hay otra.
Pretender cambiar el mundo y la sociedad sin hacer una revolución es, en el mejor de los casos..., una vieja utopía reformista. En el peor de los casos conduce a una nueva frustración cuando los trabajadores se vuelvan a chocar con el límite infranqueable que el poder armado de los capitalistas interpondrá, sí o sí, cuando los trabajadores pretendan apoderarse y recuperar, no ya una fábrica aislada o un pequeño tallercito marginal sino las empresas fundamentales de la sociedad capitalista, aquellas que generan anualmente una renta millonaria (en dólares). Para un período que se abre, entonces, con la toma del poder, el Che Guevara plantea que hay que organizar la economía por ramas productivas, pero no con empresas autogestionadas económica y financieramente de manera autónoma, sino como un sistema único: planificando la economía. No resulta útil ni “realista” que cada empresa persiga maximizar ganancias y disminuir pérdidas, estimulando a sus trabajadores a partir de premios materiales, sino que hace falta tratar de equilibrar la relación entre todas las ramas productivas a nivel social de manera planificada. Eso implica que cuando una empresa le vende tractores, por ejemplo, a otra empresa –dentro de una sociedad donde se han eliminado socialmente a los patrones- no intercambian mercancías entre sí, intercambian productos, que no es lo mismo. Intercambian productos que no necesariamente se pagan por su valor, porque la ley del valor, regularidad social que rige el funcionamiento de toda sociedad capitalista —sostiene el Che— no debe ya regir para la transición socialista. Conclusión: el mercado, entonces, resulta incompatible con el socialismo. No puede sobrevivir el mercado después de tomar el poder e iniciar el tránsito al socialismo. Por supuesto que esto no se anula por decreto, y el Che no era tan ingenuo como para pensar que con un decreto administrativo se suprime el mercado. Pero la tendencia —él dice exactamente eso, “la tendencia”—, hacia dónde nos dirigimos, es hacia cancelar el mercado. Nunca lo podremos hacer por decreto, de un día para otro, en un abrir y cerrar de ojos, pero e elimina de este modo la regulación mercantil de la economía, la regulación a posteriori del intercambio social, el desperdicio y el despilfarro de trabajo social global en función de las variaciones de precios y valores.
El dinero deja de jugar el rol central que tiene en el capitalismo: mediar entre las relaciones sociales. ¿Cómo incentivar entonces a los trabajadores si su esfuerzo ya no depende de cuánto gana en la competencia mercantil la empresa autártica que lo recompensa con premios materiales? Pues hay que incentivarlos –piensa el Che- apelando a la conciencia socialista. Los premios deben seguir existiendo, pero deben ser premios morales: nada más alto que lograr el reconocimiento de los compañeros y compañeras por haber cumplido el deber social de trabajar para los demás.
El que logra ese reconocimiento es parte de...-una palabra que hoy no está de moda...-: la vanguardia. Vanguardia no equivale al “aparato” político, no es sinónimo de verticalismo, de aquel pequeño grupo de iluminados autosuficientes y petulantes que pretende sustituir a las masas. ¡No, nada que ver!. En una sociedad en transición al socialismo, vanguardia es quien más se esfuerza, el que va adelante, el que sobresale por haber cumplido un deber social, el que deja lo mejor de sí para mejorar la sociedad y ayudar a los demás.
La palanca del estímulo pasa a ser entonces moral, no dineraria ni material.
Y sobre todo un premio de carácter colectivo.
El terreno de disputa se traslada al ámbito de la conciencia. Se compite con el capitalismo, pero ya no en su mismo terreno (donde siempre nos ganaría...) sino en nuestro mejor terreno: el de la cultura política, el de la conciencia socialista, el de la moral comunista. Allí se crea cotidianamente y se construye el hombre nuevo y la mujer nueva.
Y no hay que “esperar” (piedra de toque de todas las ortodoxias marxistas...esperar...) a que estén bien desarrolladas las fuerzas productivas para recién allí, adelantar las relaciones de producción. ¡No se puede ser tan mecánico en nombre de Marx!. Como la revolución es mundial, afirma el Che, la conciencia se vuelve también mundial y adquiere características mundiales. Si la conciencia se vuelve una palanca fundamental para desarrollar la sociedad, aún cuando no estén totalmente desarrolladas las fuerzas productivas, se pueden adelantar las relaciones de producción de manera de ir superando el mercado, el dinero como mediador social entre las empresas, el premio monetario individual y la relación inmediata entre mercancía, valor y precio. Las relaciones sociales de producción, insertas en un proceso de correlación de fuerzas favorable a partir de la toma del poder por los revolucionarios, insertos en una mundialización de la conciencia socialista y como parte de un proyecto político estratégicamente comunista, se pueden ir adelantando para que a su vez se facilite el mayor desarrollo de las fuerzas productivas. Como le señaló Ernest Mandel a Bettelheim en el debate, en el marxismo la relación entre “fuerzas productivas” y “relaciones de producción” nunca es mecánica y tiene validez para grandes períodos históricos. Su equivalencia no puede hacerse medir unívocamente en períodos relativamente cortos... Ese es, sintéticamente, el planteo del Che Guevara. El planteo de Guevara no es metafísico. Él da muchos ejemplos concretos para entender su apuesta política estratégica pensando en la vida cotidiana. Se pregunta: en un periodo de transición al socialismo, el Estado ¿debe respetar la ley del valor? No pueden venderse los objetos como si fuesen mercancías, de acuerdo a su valor. No, dice Guevara, el Estado interviene. Si los revolucionarios están en el poder y tienen fuerza política, insistimos, pueden poner un libro a cinco (5) $, aunque realmente valga treinta y seis (36) $. No importa. Se puede imponer una política de precios que viole la ley del valor porque nos interesa fomentar esto y no aquello. Entonces, cuando el Estado interviene, está violentando la ley del valor, dice el Che. Y está bien, porque respetar la ley del valor como si fuese un fetiche, aun en una sociedad de transición al socialismo implica reproducir justamente el fetichismo de la mercancía. Pensar que la economía es autónoma (y que tiene “leyes fundamentales” que no se pueden tocar, como pensaba Bettelheim), es decir, que el hombre tiene que arrodillarse ante ella, justamente eso es fetichismo. Así lo denomina Marx en ese libro que tanto estudió y al que tanto respeto y amor le tenía el Che Guevara: El Capital. La economía nunca es completamente autónoma, no tiene leyes autónomas como si fueran leyes naturales (que existen independientemente de los sujetos y sus luchas). Son, en todo caso, —dice Carlos Marx— regularidades de tendencias pero no ajenas a la lucha de clases. Existen corrientes marxistas (diversas e incluso enfrentadas a la corriente del Che), por lo general de fuerte impregnación positivista, que piensan que no es así, que la economía tiene leyes autónomas y que no se puede interceder en ellas. Coinciden plenamente, en nombre de Carlos Marx y de la bandera roja, con los economistas liberales. Porque son los economistas burgueses quienes más defienden el carácter “autónomo” de la economía. Son ellos quienes más defienden la economía entendida como fetiche, como realidad ajena, independiente y externa a los sujetos sociales y a sus conflictos, como una institución “natural” que no puede modificarse. En cambio, el Che plantea, al igual que Carlos Marx, que si se pretende comprender la realidad de manera científica, no se puede ser fetichista: no existe una “mano invisible” (como pensaba Adam Smith), no existe una economía al margen de las relaciones de fuerza, de las relaciones políticas, al margen —en el lenguaje clásico del marxismo— de la lucha de clases. Menos que menos, en una sociedad donde se supone que el poder central está en manos de los revolucionarios. Entonces, ¿cómo seguir respetando de manera fetichista estas supuestas “leyes naturales de la economía” y dejar que el mercado vaya..., vaya a saber uno hacia dónde...?. En realidad sí se sabe.
El mercado conduce en una sola dirección cuando se lo deja actuar en forma “autónoma”: ¡Hacia el capitalismo!. Por eso el Che, cuando critica en sus Cuadernos de Praga el Manual de economía política de
Es un retroceso motivado por razones políticas: no nos dan las relaciones de fuerza, ni a nivel nacional, ni a nivel internacional, porque todos los intentos revolucionarios en occidente fracasaron; fracasó la insurrección italiana, la insurrección en Hungría, la insurrección alemana, todos estos intentos fueron aplastados.
Si entendemos que la economía no tiene funcionamiento automático, sino que está inserta en relaciones de fuerza, uno puede entender retrospectivamente este paso que da Lenin en 1921, con lo que se llama
un retroceso que está motivado por una decisión política porque no dan las relaciones de fuerza. No como el camino estratégico hacia el comunismo, como pensaba aquel polemista de Lenin, llamado Nicolás Bujarin, quien en su madurez decía que el mercado es el camino estratégico hacia el comunismo. Entendemos, entonces, de nuevo, a la economía no divorciada de la política, ni de la lucha de clases, no como si tuviera un funcionamiento automático, sino inserta en las relaciones de fuerza. Por eso nosotros pensamos que cuando Marx habla del valor, del dinero, del capital, todas estas categorías que aparecen en su obra El Capital, está hablando de relaciones sociales, que son relaciones de fuerza, relaciones de poder.
El Capital no es un texto de economía, es un texto que habla del poder, de cómo se ejerce el poder en el capitalismo y cómo se lucha contra él 33. Entonces, de la misma manera que podemos entender de otra manera
¡No!, de ningún modo. Ningún camino estratégico; esto es un retroceso que por ahora no se puede evitar porque existe un aislamiento internacional y existen relaciones de fuerza desfavorables frente al imperialismo, pero no es el camino estratégico.
De las manos del mercado no vamos al comunismo, volvemos al capitalismo. Ésta era la opinión del Che. Por eso Guevara planteaba que Yugoslavia, Polonia y la misma Unión Soviética volvían al mercado, volvían a plantar esta opción de que cada empresa se autofinancie, que maximice ganancias y disminuya pérdidas: estaban retrocediendo al capitalismo, no es un avance. Nos parece que este debate no quedó en el pasado, no es que “vamos a reconstruir como si estuviéramos en una visita guiada de un museo qué opinaron en 1963 y 1964 los cubanos”.... No, creemos que es un debate que tiene suma actualidad. Nos parece que tiene actualidad por el tema de la política, porque instala —por lo menos era la opinión del Che, que nosotros compartimos— como eje del proyecto revolucionario local, nacional y mundial, la política y la conciencia. Nunca pensar que la economía marcha sola, nunca plegarnos alegremente –y menos que nada en nombre de la “ortodoxia marxista”...- a la marcha de la economía, encima citando a Marx ¡De ningún modo!. No nos olvidemos de aquellas lúcidas tesis de Walter Benjamin según las cuales lo peor que le pudo pasar a la clase trabajadora alemana fue pensar –de la mano de la socialdemocracia y su ideología progresista- que “marchaba con la corriente económica”.
Por eso nuestro eje es siempre: el poder, la política y la conciencia. Esta es la razón por la cual no se pueden divorciar sus textos políticos de este debate económico, ya que el objetivo central de los revolucionarios es el poder. Que nadie se confunda. Este “Sistema Presupuestario de Financiamiento” que él planteaba no se puede hacer dentro del capitalismo. Existe un pasaje de los escritos del Che donde se aclara bien que cuando Guevara plantea la primacía de los incentivos morales no está pensando en una idea del “hombre bueno” roussoniana ni ninguna idea similar de tipo metafísica o ahistórica. El pasaje corresponde a un artículo que se titula “Sobre la construcción del Partido”. Pertenece a un prólogo que el Che hace a una compilación de aquella época sobre qué necesidad hay de construir una organización política, y en un momento plantea taxativamente: “El socialismo no es una sociedad de beneficencia, no es un régimen utópico basado en la bondad del hombre como hombre, el socialismo es un régimen al que se llega históricamente y que tiene como base la socialización de los bienes fundamentales de producción y la distribución equitativa de todas las riquezas de la sociedad, dentro de un marco en el cual haya producción de tipo social”. Más adelante Guevara vuelve sobre el tema central de la toma del poder. O sea, el socialismo no es para el Che un régimen de beneficencia donde nos agrupamos la buena gente y los bienintencionados del mundo. Su objetivo no es simplemente la supervivencia o repartir la pobreza...apuntamos a manejar el conjunto de la riqueza social y a planificar fundamentalmente las palancas centrales donde se produce y reporoduce el conjunto de la sociedad. No nos conformamos con aquello que sobra, con lo que deja el capitalismo en sus márgenes porque no es rentable. Vamos precisamente en busca de lo más rentable, no para obtener renta y apropiarnos individualmente de la plusvalía social (como hacen los patrones y los explotadores) sino para transformar en forma radical las relaciones sociales centrales. Y no sólo en un pueblo o en un país determinado sino a nivel global. Nuestro proyecto es bien ambicioso. Su gran presupuesto es la lucha, la confrontación y la toma revolucionaria del poder... Es preciso aclararlo porque en nuestra época, por determinadas circunstancias históricas, hemos sido golpeados, provenimos de un desarme teórico impresionante, han circulado un montón de teorías y relatos posmodernos y posestructuralistas... A nuestro modo de ver su origen no proviene de los pueblos más pobres de
Hay que estar atentos al origen. Estos planteos no surgen “de la experiencia de los pueblos latinoamericanos”, como algunos pueden creer ingenua y apresuradamente. ¡No, no! Esto no brota de la experiencia de nuestro pueblo. Esto proviene de París...
Esta idea de que, primero, “no hay que tomar el poder”; y segundo, que “el socialismo (como régimen social) se empieza a construir todos los días, en cada barrio, en cada cuadra”... Entonces yo hago socialismo en mi casa, en mi cocina, él hace socialismo en su dormitorio, en la escuela hacemos socialismo, en la oficina hacemos socialismo, el socialismo está en todos lados, porque “el poder está en todos lados”..., “todos tenemos el poder todos los días y a cada rato”... Estas ideas se difunden mucho. Los grandes monopolios de la comunicación (esos mismos que bastardean todas las luchas, que acallan a los luchadores de verdad, que no les dan espacio a las Madres de Plaza de Mayo, al Movimeinto Sin Tierra o a cualquier otro movimiento revolucionario) promocionan hasta el hartazgo este tipo de formulaciones...¿por qué será?... Esto se difunde y se intenta inocular como “ideología oficial” dentro del movimiento mundial contra la globalización capitalista. Nosotros, con todo respeto, lo decimos fraternalmente, no compartimos esa visión ideológica.
El poder no está en todos lados, el poder cada vez lo tiene menos gente y la mayoría de la población mundial cada día es más dominada y más explotada. ¡Nuestros pueblos no tienen el poder!. Aquel que nos dice que “todos tenemos el poder todos los días”, y entonces no es necesario plantearse una estrategia política a largo plazo para hacer una revolución...nos parece, con todo respeto, que nos está mintiendo. Por más que le ponga a ese tipo de formulaciones una serie de neologismos y de frases bonitas y lo acompañe con citas eruditas de Baruch Spinoza. Nos está hablando de algo que no es real. En la vida real, en nuestra historia presente, en nuestra sociedad globalizada, el poder cada vez está más concentrado y cada vez lo tiene menos gente. Por eso el Che Guevara planteaba “el socialismo no es una sociedad de beneficencia”, porque el eje es la socialización de los bienes fundamentales, no se trata de socializar una panadería (si la podemos socializar mejor...), se trata de socializar las palancas fundamentales de una sociedad. Y para ello hace falta luchar por el poder y tener una estrategia a largo plazo.
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Ahí aparece el poder en serio, con su verdadero rostro, y allí queda claro quien tiene el poder y quien no lo tiene... Si el movimiento popular argentino llegara a proponerse la apropiación en la práctica de la renta en seis mil millones de dólares de las empresas del petróleo...ahí se acaba la “tolerancia” y el “disenso democrático”... porque ése es el eje fundamental de una economía. Por eso el Che plantea que lo que principalmente hay que socializar son los ejes fundamentales y ahí está en juego el poder. Ahí sí queda claro quien tiene y quien no tiene el poder, quién domina y quién es dominado. Lo que hay que empezar a pensar, aunque sea a largo plazo, es cómo socializar las columnas fundamentales de una sociedad. No sólo el quiosco o la panadería; el quiosco lo podemos hacer cooperativa, pero no es el eje de una sociedad, si en cambio se plantea la socialización cooperativa o con gestión de los trabajadores de un eje fundamental de una sociedad, ahí aparece ante nosotros el poder con su rostro desnudo. En ese instante se acaba instantáneamente el simpático discurso filosófico postestructuralista y sus ilusiones acerca del “poder difuso”.
Ahí nos aplastan. Nos aplastan si no tenemos con qué responder y si no tenemos una estrategia política propia a largo plazo... Por eso el pensamiento político del Che nos parece tan sugerente y tan actual para pensar no sólo en el pasado, en lo que sucedió con los intentos de transición socialista durante el siglo XX, sino principalmente en los desafíos del futuro.