NO HAY REVOLUCIONES TEMPRANAS..... NACEN DESDE EL PIE!

1 abr 2010

Estímulos morales y materiales en el marxismo del Che Guevara: Nestor Kohan

Nuestro tema de hoy son los estímulos morales y materiales en el debate económico y político cubano de comienzos de la década del 60. La posición que sobre este problema adoptó el Che se hizo célebre a nivel mundial porque intentó seguir un camino distinto al tradicional, al que se consideraba por entonces “marxista ortodoxo”. En primer lugar, como bien plantea Michael Löwy en su artículo “Ni calco ni copia. Che Guevara en la búsqueda de un nuevo socialismo”, lo que hay que destacar de ese debate cubano que se desarrolló entre 1963 y 1964 es, precisamente, ...¡que hubo debate!. Y no es poco. Porque en la tradición de la cultura política de la izquierda no siempre se vio bien el hecho de que existieran distintas corrientes polemizando abiertamente, entre compañeros, fraternalmente. En ese debate de 1963 y 1964, ninguna corriente se consideraba enemiga, ni nada parecido, aunque había entre ellas profundas diferencias de enfoques, de visiones políticas, filosóficas, económicas. El principal hecho a destacar, entonces, es que hubo debate y ninguno de los grupos que debatió terminó en un campo de concentración —como sí sucedió en la revolución bolchevique durante los años ‘30, donde también hubo debate, pero bueno, ahí los debates eran “un poquito más duros”, porque el que perdía terminaba desterrado, fusilado o preso—. En cambio dentro de la revolución cubana, ninguno de los grupos que debatieron, ni de las personalidades, ni los dirigentes, ni las corrientes, ninguno de ellos terminó preso, muerto o encarcelado. Se discutió y se debatió públicamente. Ese es el primer hecho a destacar. ¿Qué es lo que se estaba discutiendo?. ¿Fue un debate puramente “económico” como habitualmente se recuerda? Nosotros pensamos que no hay en el Che Guevara un pensamiento económico, un pensamiento político, un pensamiento filosófico, y así de seguido, sino que lo que encontramos en el Che es un proyecto integral y totalizante de qué es y qué debe ser el socialismo y la revolución. Dentro de ese proyecto integral Guevara aborda distintos problemas específicos, distintas dimensiones, pero todas integradas en una visión totalizante. Al ir estudiando necesitamos ir desagregando el pensamiento del Che. Lo hacemos justamente para poner en crisis esa lectura habitual del sentido común de izquierda que dice “el Che era un revolucionario práctico pero de teoría no entendía nada; para entender la teoría marxista hay que leer a los clásicos europeos; en América latina nadie produjo nada, a lo sumo publicaron a los clásicos europeos y punto”. Para poner en crisis ese tipo de lectura, que todavía anda dando vueltas por allí, nosotros desagregamos diversas problemáticas. Pero en vida del Che todas ellas estaban integradas y unidas, eran parte de un mismo proyecto totalizante. Hoy vamos a abordar el problema de los estímulos morales y materiales, pero nuestra opinión es que esa desagregación es puramente metodológica y responde a un criterio pedagógico.

En el pensamiento original del Che todos esos problemas están vinculados y están unidos. Esto tiene importancia porque en la tradición marxista y revolucionaria no todas las corrientes opinan así. Esto que nosotros plateamos es una opinión, nada más. Existen otras corrientes que dicen que por un lado está LA economía, por otro lado, en otro plano, bien separado, está LA política y en otro plano, más lejos aún, está LA filosofía y LA deología. Por lo tanto... habría una economía marxista, una filosofía marxista, una teoría política marxista, etc., etc. Nosotros con esa visión, dentro mismo del marxismo, no estamos de acuerdo. Por el contrario, pensamos que no hay una economía marxista, una filosofía marxista, una teoría política marxista, sino que lo que tenemos es un pensamiento integral que piensa cómo funciona la sociedad capitalista y cómo se puede derrocarla mediante la revolución. Por lo tanto, el tipo de planteamiento que suscribimos –creemos que el Che camina por ese rumbo- consiste en un pensamiento centralmente político que tiene como eje la praxis, la actividad, la creación desalienada, la acción, la lucha de clases y la revolución. Todo lo demás es parte integral y gira en función de eso. La filosofía, la crítica de la economía política, la concepción acerca de la sociedad, acerca del Estado, de la ideología, de la cultura, del sujeto, de la historia, etc.,etc.,etc. es parte de una concepción social del mundo centralmente política. Son dos visiones del marxismo bien distintas. A primera vista, pueden parecer un matiz de palabras, pero en realidad, no. La diferencia es más profunda. Después, cuando estos planteos se llevan a la práctica, obtenemos concepciones muy distintas del socialismo que tienen consecuencias bien distintas. En cuanto al debate “económico”, entre comillas (ahora aclaramos porqué entre comillas: insistimos, para nosotros no fue solamente economía de lo que estaban discutiendo en 1963 y 64, se discutían proyectos políticos), lo primero que hay que señalar es quiénes fueron los protagonistas. Los protagonistas fueron dirigentes políticos cubanos, pero también dirigentes políticos y teóricos académicos europeos. Es decir, fue un debate que no quedó circunscripto a Cuba, también intervinieron europeos. Como nota al pie, como detalle, podríamos agregar, aunque no fueron protagonistas directos del debate, que hubo argentinos en la discusión, no fueron de los centrales, simplemente por allí tomaron partido por una u otra posición y fijaron posición. ¿Quién?. Estamos pensando por ejemplo en Antonio Caparrós que estaba en Cuba en ese momento, era psicólogo, colaboraba con el Che Guevara y escribe un largo artículo, muy extenso, sobre este tema de los estímulos morales y los estímulos materiales. Su artículo se titula “Incentivos morales y materiales en el trabajo”.

Cuando el Che se va al África, a combatir en el Congo, en una de las últimas reuniones del Ministerio de Industrias le dice a sus colaboradores (más precisamente a Miguel Ángel Figueras) cuál artículo publicar en el N°15 de la revista Nuestra Industria Económica: "Pon el artículo que salió en Marcha [es decir, “El socialismo y el hombre en Cuba” de su autoría], pon el artículo de Alberto Mora, donde me echa y defiende el estímulo material, pon el artículo de Mandel y pon el artículo de un psicólogo argentino sobre la naturaleza humana respecto al problema de los estímulos”. Estos artículos se publicaron en Nuestra Industria, la revista que armaba el Che, una revista no académica que publicaba el Ministerio de Industrias. Era una revista política, no era técnica solamente. El artículo de Antonio Caparrós, también fue publicado en la revista de la nueva izquierda argentina La Rosa Blindada (en el N°6 y en el N°7, en dos números). ¿Quiénes fueron protagonistas centrales del debate? Pues, en primer lugar, el Che Guevara. Su gran polemista, el principal polemista con el que Guevara discute dentro de Cuba, se llamaba Carlos Rafael Rodríguez. Era una personalidad cubana muy importante porque había sido uno de los principales intelectuales y dirigentes (miembro de su buró político) del Partido Socialista Popular (PSP), que era el nombre que tenía en Cuba el viejo Partido Comunista. Este partido había nacido en 1925 llamándose Partido Comunista, después adoptó el nombre de Partido Unión Revolucionaria Comunista, más tarde se denominó Partido Socialista Popular hasta que se disolvió luego del triunfo de la revolución de 1959 para integrarse, junto con el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario, primero a las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), luego al Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) y finalmente al nuevo Partido Comunista encabezado por Fidel Castro. Carlos Rafael había comenzado militando en 1930 en el Directorio Estudiantil, luego en el Ala Izquierda Estudiantil y, finalmente, a partir de 1936, en el antiguo Partido Comunista. Un partido que en Cuba había tenido posiciones políticas muy determinadas: luego del período “heroico” y fundacional encabezado por Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, había seguido fielmente la política soviética del “frente popular” (a partir de 1935) y luego la de “unidad nacional antifascista”, a fines de la segunda guerra mundial. Es en ese momento cuando, a partir de la aplicación de esa política impulsada por Stalin (de la cual fue vocero para Occidente Earl Browder, secretario del PC norteamericano), que el PSP participa, en nombre de la lucha antifascista, del gobierno de Batista (no de la dictadura de Batista que se inicia en 1952 y que será derrocada por la revolución cubana en 1959 sino de un gobierno suyo anterior). Durante ese período, hacia 1944, Carlos Rafael Rodríguez participó del gabinete de Batista durante seis meses. Más tarde, el PSP no apoyó inicialmente la lucha insurreccional dirigida por Fidel Castro. Por ejemplo, no apoyó el asalto al cuartel Moncada. Pero luego, en medio de la lucha insurreccional, un sector apoya la revolución cubana entusiastamente. Uno de los principales dirigentes que está a la cabeza de ese apoyo es precisamente Carlos Rafael Rodríguez. En junio de 1958 es designado por el PSP como delegado ante Fidel Castro en la Sierra Maestra. La otra personalidad intelectual que tuvo una intervención a favor de Fidel Castro y de la revolución, dentro de este viejo partido, era Alfredo Guevara, que tiene el mismo apellido del Che pero no era pariente. Alfredo Guevara, después, fue director del Instituto Cubano del Cine. Una personalidad muy conocida y muy valiosa por su espíritu abierto y su marxismo no dogmático. Aclaramos todo esto para entender mejor con quién está discutiendo el Che. Aquí no intervienen diferencias personales sino de óptica política. Carlos Rafael proviene de esta tradición comunista, del viejo comunismo cubano, que era, digamos, la vertiente más afín a las posiciones prosoviéticas, la vertiente que era solidaria con la Unión Soviética, la que tenía desde largo tiempo atrás estrechos vínculos orgánicos con la dirección política del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). No resulta casual que cuando Cuba ingresa formalmente al CAME (el sistema económico de la URSS y sus aliados) a comienzos de los años ’70, período en el que se abandonan las propuestas económicas del Che, el representante permanente ante ese organismo haya sido... Carlos Rafael. Él representaba, justamente, una clara continuidad política con esas posiciones soviéticas. Carlos Rafael era una persona muy formada, muy instruida, un intelectual militante realmente muy leído. Había escrito numerosos libros y folletos (recopilados en tres tomos bajo un título que él mismo eligió: Letra con filo. La Habana, Ciencias Sociales, 1983. La lista completa de sus textos, conferencias, artículos y libros puede encontrarse en Araceli y Josefina García-Carranza: Biobibliografía de Carlos Rafael Rodríguez. La Habana, Letras Cubanas, 1987). A partir de 1962 y hasta 1965 (es en medio de ese período cuando se produce la polémica famosa de 1963-64 sobre los diversos métodos de gestión económica, antes que el Che marche para el Congo), Carlos Rafael Rodríguez dirige el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA). Este Instituto tenía una importancia central en la revolución cubana, dada la estructura fundamentalmente agraria del capitalismo cubano en tiempos de la república neoloconial (previa a la revolución de 1959). Como él mismo recuerda (C.R.Rodríguez: “Sobre la contribución del Che al desarrollo de la economía cubana”, en Cuba Socialista

N°33, mayo de 1988), en determinado período de la revolución, Fidel Castro entrega temporariamente la dirección de la economía a la Comisión Económica de la Dirección Nacional. Los tres miembros de esta comisión eran Carlos Rafael, Osvaldo Dorticós y el Che Guevara. Es en ese ámbito donde se producen las discusiones teóricas y políticas entre Carlos Rafael Rodríguez y el Che en torno a los incrementos salariales (el papel del incentivo material), a la dirección de la economía, al cálculo económico, a la planificación y al sistema presupuestario de financiamiento. Entonces, Carlos Rafael Rodríguez constituye el principal polemista del Che, a nivel político, en el seno mismo de la dirección cubana. Sus posiciones representan a todo un sector político e ideológico, a toda una tradición de pensamiento político, dentro de Cuba y también fuera de Cuba (porque como él mismo reconoce y remarca en sus escritos, él propicia para Cuba una posición siempre afín a la soviética). Las suyas no son exclusivamente posiciones individuales. Pero Carlos Rafael no es el único. Resulta notable la amplitud que existió en este debate —muchas veces esto no se conoce— ya que uno de los principales polemistas con el que discutió el Che Guevara fue Alberto Mora, una persona todavía más joven que él y colaborador suyo, de su propio equipo. Hay que remarcar esto para hacer observable el grado de amplitud: ¡uno de los principales polemistas era un colaborador propio!...ni siquiera era uno que venía de otro partido, de otro lugar. Alberto Mora formula una serie de problemas teóricos, de alto vuelo. Algunos compañeros, todavía hoy, piensan que “en América latina nadie discutió teoría a fondo, acá hubo gente muy arriesgada, muy valiente, pero de teoría...nada, mejor estudiemos a los europeos”. No, no, esto no es así. En el debate de 1963-64 compañeros como Mora intentaron formular una visión propia sobre la teoría del valor. Teoría que constituye una de las claves epistemológicas de El Capital de Carlos Marx. Mora pensaba que el valor regula la oferta y la demanda en condiciones de escasez, mientras que en cambio el Che pensaba que el valor se origina en el trabajo abstracto (trabajo social global producido en condiciones mercantiles capitalistas). Dos concepciones diametralmente opuestas del valor que responden, también, a dos lecturas radicalmente opuestas de El capital de Marx. Alberto Mora es un compañero y discípulo del Che, discípulo herético, porque la concepción de la teoría del valor de Mora es opuesta a la visión que tiene el Che. Además del Che, Carlos Rafael y Alberto Mora, también participaron en el debate Marcelo Fernández Font, Luís Álvarez Rom, Juan Infante y Alexis Codina. Estos son los principales protagonistas dentro de Cuba. Fuera de Cuba ¿quién participó? Intervino un académico, un profesor de economía política famoso a nivel mundial, asesor para el tema de la planificación durante los primeros años de la revolución cubana. Se llamaba Charles Bettelheim, investigador de la Sorbona, profesor de economía, tiene varios libros publicados: Planificación y crecimiento acelerado (1964); La transición a la economía socialista (1968); Cálculo económico y formas de propiedad (1972); Algunos problemas actuales del socialismo [con Paul Sweezy] (1972); Revolución cultural y organización industrial en China (1973) y Las luchas de clases en la URSS. Primer período (1917-1923) (1974), entre otros. Bettelheim era miembro del Partido Comunista Francés (PCF). Allí, en su seno, compartió muchas veces los puntos de vista teóricos de su colega Louis Althusser, más joven que él. Pero su vínculo con la tradición comunista no empezó en los ’60. Ya durante la década del ’30 Bettelheim se había vinculado a la URSS. En 1934 había aprendido el idioma ruso y en 1936 se había trasladado personalmente a la Unión Soviética para estudiar los problemas de la planificación. Eran los tiempos clásicos de Stalin. Luego, a partir de los ’60, Bettelheim se acercó más a las revoluciones cubana y china. Culminó su itinerario vinculado más al maoísmo y a las posiciones oficiales del PC chino. Pero cuando discute con el Che Guevara, Bettelheim todavía estaba vinculado al mundo cultural y político de la URSS. Iniciaba en esos años su transición hacia el maoísmo. Pasaba de las posiciones prosoviéticas a las prochinas, sin abandonar en ningún caso la adhesión estricta al pensamiento de Stalin, a la tradición política de Stalin. Si Carlos Rafael Rodríguez, podríamos decir, es el principal dirigente político con el que polemiza Guevara, Bettelheim constituye el principal teórico que enfrenta. Otro pensador y militante europeo muy importante que interviene en el debate es Ernest Mandel. De profesión economista, judío belga, Mandel había estado prisionero en un campo de concentración nazi durante la segunda guerra mundial. Logró escaparse del campo. Mandel es autor de numerosísimos trabajos. Una cantidad impresionante de títulos dedicados al estudio del capitalismo y del marxismo. Entre otros, merecen destacarse: Tratado de economía marxista (1962), Introducción a la teoría económica marxista (1964), La formación del pensamiento económico de Marx (1967), El capitalismo tardío (1972), El Capital: Cien años de controversias (1976), La teoría de las ondas largas del desarrollo capitalista (1980), El lugar del marxismo en la historia (1986) y El poder y el dinero (1992), entre muchos otros (también escribió sobre la novela policial, sobre el nazismo, sobre la burocracia, etc.). Mandel no era solamente un profesor. Era un dirigente político de la Cuarta Internacional (de orientación trotskista). Era tan respetado que a fines de los ’80, en tiempos de Gorbachov, a pesar de que Mandel era trotskista, los soviéticos lo invitaron a debatir sobre la economía contemporánea en su Revista Internacional. Tal era el respeto intelectual que generaba incluso entre sus adversarios del PCUS. Su obra es ampliamente estudiada en muchas universidades del mundo. Por ejemplo, el célebre crítico cultural norteamericano Fredric Jameson, utilizó su categoría de “capitalismo tardío” para desarrollar a partir de ella sus estudios sobre el posmodernismo. Mandel es, entonces, uno de los principales dirigentes trotskistas a nivel mundial, participó libremente del debate, le publicaron en Cuba..., algunos de estos libros están publicados en Cuba. Hoy siguen estando allí en las bibliotecas. Me consta. Mandel participó en el debate apoyando, con una serie de matices, pero apoyando las posiciones del Che Guevara. Mientras tanto, Charles Bettelheim, era a nivel ideológico althusseriano —recordemos que la versión del marxismo que proporcionaba Althusser en la década del ‘60 señalaba que el marxismo no es un humanismo sino un “antihumanismo teórico”, por lo tanto era polémico con la visión del humanismo del manejaba el Che—. Bettelheim, althusseriano y miembro del PC francés, con simpatías crecientes hacia las posiciones chinas. Mandel, trotskista, dirigente de la IV Internacional. Carlos Rafael Rodríguez, dirigente cubano afín a la Unión Soviética. El Che tenía una posición propia, autónoma, en el seno mismo de la revolución cubana, frente a China, frente a la Unión Soviética y también frente a la Cuarta Internacional. ¿Conclusión? En este debate participan distintas corrientes del marxismo, políticas y teóricas, todas se publican. La polémica es pública, no se desarrolla en un bar ni a puertas cerradas, es pública. Ellos son los principales protagonistas. Las tradiciones políticas que fundamentalmente están en juego en este debate son a) la tradición política que dentro de la revolución cubana defiende a Fidel Castro hasta las últimas consecuencias, cuestiona la contrarrevolución, pero ve con muchas simpatías y promueve el vínculo y la alineación entre Cuba y la Unión Soviética y b) la posición que encabeza el Che Guevara, que también es revolucionaria, que también apoya a Fidel Castro hasta las últimas consecuencias, pero que promueve un grado importante de autonomía política, teórica y cultural frente a las posiciones soviéticas. Entre ambas se ubican las posiciones de Bettelheim (más afín a las de Carlos Rafael Rodríguez) y las de Mandel (más proclive a los puntos de vista guevaristas). Todos reconocían sinceramente el liderazgo de Fidel Castro, pero se ubicaban en la polémica desde corrientes políticas distintas: algunos provenían del viejo Partido Socialista Popular y otros provenían del Movimiento 26 de Julio y esto se expresa en el debate económico. Hay que entender que no discuten únicamente de “problemas técnicos” de economía. No es una cuestión de dos técnicos del FMI que discuten cómo cerrar el déficit fiscal en Argentina, entonces les importa un rábano el resto y discuten de números...No, en el seno de la revolución cubana, todos ellos están discutiendo política, hay tradiciones políticas en juego.

¿Las áreas de aplicación, dentro de este debate, cuáles son? Creemos que básicamente dos. El Che es Ministro de Industria en ese momento; había sido Presidente del Banco Central y Carlos Rafael Rodríguez es Ministro de la Agricultura. Por eso, el sistema que propone Carlos Rafael Rodríguez se aplica parcialmente en el campo de la agricultura cubana, y el sistema que propone el Che se aplica parcialmente en el campo de la industria. No fue una discusión académica en el pizarrón, sino que se intentó implementarlo en áreas de la economía distintas y coexistentes. Una especie de “solución intermedia de compromiso”, producto, quizás, de la necesidad política del liderazgo de la revolución de no romper el bloque histórico de alianzas entre ambos sectores, entre ambas tradiciones, representadas en este caso por Carlos Rafael y por Ernesto Guevara. ¿Cómo surgió el debate?. Surgió, aparentemente, según lo que se puede leer, por problemas de economía práctica. No se dio de tal manera como si alguien una mañana dijera: “vamos a discutir política, vamos a discutir la historia del socialismo, vamos a discutir cuál es la verdadera filosofía de Marx”. No, no surgió de esa manera sino a partir de un problema de la práctica, que era fundamentalmente el de los costos de producción: cómo medir los costos de producción de los productos de la industria y del agro. Aparentemente era un problema “técnico”. A partir de allí se comenzó a discutir y se abrió la discusión a todos estos campos: económico, político, filosófico... Inicialmente, a partir del problema de economía práctica de los costos se empieza a discutir problemas de política económica. Las palabras son parecidas pero no es lo mismo. ¿En qué consiste la “política económica”? Este concepto hace referencia al tipo de intervención que se realiza en el ámbito de la “economía” en función de una variable o de otra, a partir de opciones que tienen que ver con posiciones políticas. ¿Por qué priorizar, por ejemplo, una variable sobre otra? Pues a partir de determinada estrategia política. Y a partir de ahí, entonces, en la Cuba de aquellos años se va ampliando el debate hasta abarcar una serie de problemas más generales: ¿qué se entiende por economía política?, ¿qué es la teoría del valor? (Breve aclaración: La teoría del valor es abordada tanto por los economistas liberales –denominados hoy en día “neoclásicos”- como por los marxistas revolucionarios. Según los marxistas, esta teoría intenta explicar cómo se regula el trabajo social global de una sociedad, cómo se regula el trabajo abstracto en una economía mercantil capitalista y cómo se distribuye ese trabajo social global entre las distintas ramas productivas. La teoría del valor se propone explicar porqué el capitalismo genera crisis. No es una teoría del “equilibrio” sino de la crisis. Pero la explicación no es unívoca. Los economistas liberales, en cambio, piensan el valor de otra manera. Abandonan la tradición clásica de Adam Smith y David Ricardo –que explicaba el valor a partir del trabajo y la producción- y, oponiéndose al marxismo, reducen el problema del valor al ámbito del consumo y de la psicología individual). De manera que en la Cuba de aquellos años se empieza por discutir sobre un problema de costos, que remite a la economía práctica.

Se pasa a discutir inmediatamente después sobre distintas vías posibles de política económica. De allí se pasa a debatir sobre qué es la economía política y qué lugar juega en ella la teoría del valor (particularmente en una sociedad del Tercer Mundo que marcha, gracias a una revolución anticapitalista, en transición al socialismo).

Todo este itinerario del debate de 1963 y 1964 conduce finalmente a debatir alrededor de una serie de preguntas mucho más abarcativas, mucho más generales, mucho más ambiciosas que tienen que ver con las diversas maneras de comprender la concepción materialista de la historia, la concepción de la sociedad que maneja el marxismo. Porque, obviamente, los participantes de este riquísimo debate, de esta compleja polémica, entienden el marxismo (no sólo en términos políticos sino también en cuestiones de índole teórica) de maneras muy distintas... ¿Qué es el marxismo? Para decirlo de manera harto breve: Lo que conocemos como “marxismo” consiste en aquella concepción fundada por Marx y Engels (continuada por muchísimos otros compañeros y compañeras a lo largo de la historia, hasta llegar a nuestro presente) que tiene por objetivo explicar de manera materialista cómo funciona la sociedad y qué lugar jugamos nosotros ahí adentro. “¿Explicar de manera materialista” no implica meterse a discutir “cómo es la materia física natural?”. Al marxismo –al menos al marxismo revolucionario- no le preocupa discutir cómo funciona el interior de los átomos, ni de qué componentes químicos está hecha la madera o el metal. No, cuando decimos que el marxismo “explica de manera materialista” estamos pensando en las relaciones sociales y en procesos sociales, no en fenómenos u objetos vinculados a la naturaleza física o química. “Explicar de manera materialista” quiere decir, que para el marxismo la clave de cómo funciona la sociedad y de cómo se desarrolla la historia reside en la materialidad de las relaciones sociales. La materialidad que le interesa al marxismo es la materialidad de las relaciones sociales, no la materialidad de un organismo biológico o de un componente químico del suelo. Es en el terreno de las relaciones sociales donde se juega el destino de la historia humana.

Incluso la impostergable lucha por limitar el envenenamiento de la atmósfera, por frenar la explotación irracional de la naturaleza que conduce al agotamiento de los recursos naturales o por rechazar la imposición de los alimentos transgénicos –clásicas preocupaciones ecologistas- remite, desde una óptica marxista, a una lucha estrictamente social. Al marxismo, entonces, no sólo le preocupa “explicar de manera materialista” cómo funciona la sociedad. También le interesa –al mismo tiempo- comprender el papel jugado por nosotros y nosotras –el sujeto- dentro de esa lucha. No hay explicación “objetiva” que no sea al mismo tiempo explicación de la subjetividad social. Eso es, precisamente, la dialéctica de la historia. Todo este tipo de preocupaciones por “explicar” y “comprender”, remiten a su vez a un proyecto político práctico: la transformación de las relaciones sociales y del lugar que el sujeto juega dentro de esas relaciones. No basta comprender si al mismo tiempo no se intenta cambiar el mundo y transformar la sociedad. Pues bien, en la Cuba de 1963 y 1964 no sólo se estaba debatiendo qué se entendía por economía política, qué se entendía por teoría del valor, qué tipo de política económica debía implementar la revolución, cómo se debía pensar la transición al socialismo en una sociedad subdesarrollada, sino que también se estaba debatiendo qué se entendía por marxismo.

La explicación sintética, sumaria y extremadamente apretada que nosotros recién acabamos de esbozar sobre ¿qué es el marxismo? responde –al menos eso creemos- a la manera cómo el Che Guevara entendía el marxismo. Esto es: como una teoría de la sociedad que no se agota en el mero comprender o en el mero interpretar, sino que al mismo tiempo apunta a la modificación de las relaciones sociales y del lugar activo que dentro de ellas juega el sujeto (colectivo) en la historia. Mientras Charles Bettelheim –en sintonía con Stalin y con Louis Althusser- concebía el marxismo de una manera marcadamente “objetivista” (esto es, de un modo en el cual la intervención política e ideológica activa del sujeto colectivo se desdibuja para dejar el lugar central al respeto absoluto por las llamadas “leyes generales de la economía”), el Che Guevara lo entendía de un modo esencialmente praxiológico. Esto significa que para Ernesto Guevara el marxismo no solamente sirve para descifrar el funcionamiento de la sociedad sino que también brinda las pistas centrales para intervenir eficazmente en el curso de la historia. Existen regularidades, la historia no es un suceder azaroso de hechos incomprensibles (como postularía años después el posmodernismo). Pero esas regularidades –denominadas “leyes”- no tienen una existencia absoluta. Son históricamente relativas. Se pueden modificar. Es más, en la transición socialista, cuando existe un poder revolucionario, cuando los revolucionarios han logrado triunfar y han tomado el poder político se puede intervenir activamente en el curso del desarrollo social.

La ley del valor, por ejemplo, se puede violentar. No hay que “respetarla” pasivamente, como proponía en sus manuales Stalin en la URSS o Charles Bettelheim en Cuba. Veamos un ejemplo concreto: el poder revolucionario, a partir de una opción política e ideológica, puede violar la ley del valor y modificar los precios relativos de los productos. Puede hacer que el precio de los libros disminuya por sobre el valor real (porque nos interesa que el pueblo lea, sea culto y se autoeduque) y puede hacer que el precio del alcohol aumente por sobre su valor real (porque nos interesa eliminar el alcoholismo). Cuando un poder revolucionario tiene la fuerza política suficiente, tiene el consenso del pueblo, puede intervenir en el ámbito económico, puede incidir activamente en el mercado y puede violentar la “normal” relación entre valores y precios entre distintas mercancías, siempre y cuando se conserven los equilibrios globales. Pensando en este tipo de situación histórica, Antonio Gramsci sostenía que “Las leyes de la sociedad no son leyes naturales. Son leyes de tendencia. Sólo pueden regir plenamente cuando las masas están pasivas”. Si hay masas políticamente activas, si hay poder revolucionario, el supuesto carácter “absoluto e inmodificable” de las leyes, como la ley del valor, ya no existe como tal. Obviamente que el gran presupuesto en esta concepción teórica que Guevara opone en su discusión con Carlos Rafael Rodríguez, Alberto Mora y Charles Bettelheim, es que los revolucionarios han tomado el poder a través de una revolución. (Ese gran presupuesto es el que hoy ubican entre paréntesis, ponen en discusión, ponen en entredicho, los teóricos postestructuralistas siguiendo a Toni Negri y sus amigos...). ¿Cuál sería la otra opción? Respetar a rajatabla la ley del valor y dejar que los libros, por ejemplo, incluso en el socialismo, se vendan a un precio más alto de acuerdo a su valor de cambio determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlos. El Che piensa, dentro de este debate, que esa opción no corresponde a los revolucionarios.

Lo que prima en el pensamiento “económico” del Che es la opción política comunista, la vía estratégica hacia la construcción de un nuevo tipo de subjetividad histórica. Una subjetividad que no puede construirse a partir de “las armas melladas del capitalismo”, como, por ejemplo, a partir de los mecanismos mercantiles que nosotros, quienes vivimos en una sociedad capitalista, padecemos plenamente por sufrirlos todos los días.

Eso también está presente en el debate. En todo ese conjunto de problemas, como parte de este cuadro general de discusiones políticas y teóricas, se encuentra el debate de los estímulos morales y materiales. Podemos hacer un recorte y focalizar nuestra mirada en este aspecto particular del debate. Porque a veces, cuando se quiere reconstruir el pensamiento del Che, se recorta esto y queda en el aire la afirmación que “el Che era partidario del estímulo moral”, asimilando esa posición, de manera bastardeada y despolitizada con un tipo de pensamiento según el cual el Che era algo así como “una buena persona”, “un joven bienintencionado”, o una imagen roussoniana según la cual “Guevara apelaba a la bondad del hombre...”. Existieron filósofos del siglo XVIII, como Juan Jacobo Rousseau, quien decía que el ser humano es muy bueno por naturaleza, la sociedad y sus instituciones lo hacen malo. Pero el Che no está en esa órbita de problemas. Su planteo es políticamente mucho más radical. No está construyendo una antropología filosófica. Su planteo es político radical, aunque, sí, conciba al ser humano como un “sujeto inacabado” y, por ello mismo, también conlleva implícitamente una visión antropológica. Entonces: ¿el ser humano es bueno o es malo? Parecería que desde este punto de vista, para Guevara el ser humano es bueno... por eso sería tan importante el estímulo moral. Esta visión no tiene nada que ver con el marxismo del Che. El Che se plantea la discusión en otro terreno, por eso hay que inscribir su opción a favor de los estímulos morales en el contexto de cómo se dio efectivamente el debate en la historia de la Cuba de 1963 y 1964.

Para no construir un Guevara que no existe y nunca existió, un Guevara metafísico que habla de “el hombre en general”, un Guevara para el consumo de los profesores de filosofía o de los burgueses progresistas con buena conciencia y bienintencionados, ilustrados y bienpensantes.

Recapitulemos. La discusión de 1963 y 1964 se produce en diversos niveles: intervienen las distintas posiciones políticas internacionales, las tradiciones políticas internas de Cuba, cómo entienden el marxismo cada uno de los que participa y opina, el proyecto de la industria, el proyecto del agro, y en el seno de todo este cuadro general se plantea la discusión en torno a estímulos materiales o morales. La posición de Carlos Rafael Rodríguez, en el terreno “económico” (con comillas, ya que, insistimos, nosotros pensamos que no es sólo un problema económico lo que se debate) consiste en un sistema denominado “cálculo económico”. Por eso lo apoya Bettelheim, cuyo libro se llamará más tarde Cálculo económico y formas de propiedad (1972). ¿En qué consiste? Sintéticamente: en una economía socialista o que está iniciando el tránsito hacia el socialismo, después de haber tomado el poder, después de haber hecho la revolución, después de haber destruido al ejército burgués y sus aparatos de represión, en ese período histórico, los partidarios del cálculo económico creían que tiene que haber mercado. En el lenguaje marxista más técnico: las categorías mercantiles sobreviven en ese período histórico, no quedan anuladas con la toma del poder, el mercado continúa durante un lapso de tiempo. En la transición al socialismo el mercado sigue valiendo, las mercancías hay que venderlas por lo que valen, según la ley del valor. Cada empresa, socialista ahora (nos olvidamos de los propietarios burgueses..., empresas que están en propiedad colectiva), a pesar de ser propiedad del pueblo, propiedad de los trabajadores que la hacen funcionar, tiene que gestionarse a partir de un criterio de “autogestión financiera”. No depende de un presupuesto central, depende de sus propios recursos, por ello su funcionamiento interno tiene que tener por finalidad maximizar las ganancias y disminuir las pérdidas, para poder mantenerse y reproducirse (no en el mismo plano sino en escala ampliada, acumulando. No para un burgués individual sino para las necesidades sociales). En consecuencia, para los partidarios del “cálculo económico”, en la transición socialista se mantienen las categorías mercantiles (regulación a través del valor, mantenimiento del dinero, precio de mercado, intercambio mercantil, manejo autónomo de los recursos independientemente de las otras empresas, etc.,etc.). Es decir que continúa la lógica del mercado. Toda empresa mercantil se maneja así, lo que sucede es que en el capitalismo eso se realiza a costa de la explotación de los trabajadores. Se supone que en la transición socialista no, pero los partidarios del cálculo económico argumentan: “eliminamos la explotación del hombre por el hombre, ya no hay plusvalía, en todo caso hay un trabajo excedente”. Esto significa que los trabajadores producen más del mínimo necesario para comer y reproducirse y ese plus se distribuye socialmente, no se lo queda un burgués o un grupo de burgueses. Entonces, si el trabajo excedente se socializa, no hay explotación.

Pero la lógica mercantil debe continuar –argumentan- una serie de años para que la economía funcione. Esto sostienen los partidarios del cálculo económico. El argumento central de ellos gira en torno al “débil desarrollo de las fuerzas productivas” que todavía existe en Cuba en aquellos años ’60. Según ellos, el marxismo prescribe que en la historia siempre las fuerzas productivas van delante y atrás las relaciones sociales de producción. Pus bien, si las fuerzas productivas están atrasadas en Cuba, no se puede hacer avanzar las relaciones de producción (no se pueden plantear relaciones sociales donde no medie el dinero o el intercambio mercantil, cuando existe una industria todavía no desarrollada). En el fondo Carlos Rafael y Bettelheim siguen lealmente aferrados al marxismo de Stalin.

Para Stalin la clave del desarrollo histórico siempre está en la dimensión de las fuerzas productivas. Así lo plantea ya desde 1905 en su folleto ¿Anarquismo o socialismo? Y lo vuelve a repetir cada vez que puede, incluyendo los capítulos sobre “Materialismo histórico y dialéctico” de la Historia del PC bolchevique de la URSS de 1938. También aparece este tipo de afirmaciones en uno de los últimos libros de Stalin Problemas económicos del socialismo en la URSS (1952). La posición de Bettelheim y Carlos Rafael Rodríguez sigue en este punto al pie de la letra las opiniones de Stalin. Pretender entonces –como proponía el Che- superar las categorías mercantiles en una sociedad que todavía no tiene un gran desarrollo de las fuerzas productivas resultaba toda una “herejía”... para el marxismo de Stalin y sus discípulos (ortodoxos o aggiornados). Cada empresa productiva tiene entonces que autofinanciarse. Hay que lograr incentivarse todo lo posible para obtener mayor ganancia, mayor productividad, disminuir los costos, disminuir las pérdidas y así obtener un rédito de donde saldrá su autofinanciamiento.

Para aumentar el incentivo en el trabajo y la producción –eliminando el ausentismo, por ejemplo, o el trabajo a desgano- hay que dar premios materiales a los trabajadores de las empresas autárticas y autogestionadas: hay que otorgar estímulos materiales. En lo posible individuales.

Por eso los partidarios del cálculo económico promueven la autogestión financiera de las empresas, cada empresa maneja su dinero y su contabilidad. Entre todas ellas compiten. Ya no se le llama “competencia” –como en el capitalismo- sino “emulación”, pero no es muy distinto...Aunque sean socialistas, aunque no haya patrones, cada empresa es autónoma y cuando una empresa intercambia con otra empresa —ambas, insisto, sin patrones— intercambian, dicen estos compañeros, mercancías. La empresa de tractores, supuestamente, le da una serie de tractores a una empresa agrícola y la empresa agrícola le paga un dinero equivalente al valor de los tractores: están intercambiando mercancías, con la salvedad, de que no hay un patrón en el medio, no hay capitalistas en el medio, pero intercambian mercancías entre sí. Según este esquema, el mercado sigue siendo el gran regulador social, aunque ahora esté “acompañado” y “controlado” por la planificación socialista... Este es, sintéticamente, el punto de vista de Bettelheim y Carlos Rafael Rodríguez. ¿Qué opinaba la otra corriente, la que defendía el Che Guevara? Si los partidarios del cálculo económico promovían la autogestión financiera de las empresas, la otra corriente que discutía en esos años dentro de la revolución cubana planteaba un proyecto denominado “Sistema Presupuestario de Financiamiento”. ¿En qué consistía? Básicamente en lo siguiente: el período de transición al socialismo comienza después de tomar el poder (los cambios no surgen recién después de tomar el poder, no se puede posponer todo para “el gran día” de la toma del poder...es cierto...la transformación social comienza mucho antes, pero es imprescindible tomar el poder si realmente se pretende revolucionar el conjunto de la sociedad y no sólo una pequeña parcela local). Aclaramos esto porque la transformación del conjunto de la sociedad no se puede hacer dentro del capitalismo, es una ilusión utópica (en el peor sentido de la palabra), pretender realizar este proyecto sin tomar el poder. Se puede transformar una empresa recuperada, transformarla en una cooperativa o gestionarla bajo control obrero, pero siempre se tratará de ejemplos aislados o, en el mejor de los casos, de zonas periféricas del capitalismo, aquellas que los grandes capitalistas –por diversos motivos- han abandonado a su suerte y son recuperadas por los trabajadores que así realizan una excelente experiencia directa demostrando que los patrones no son imprescindibles (además de mantener la fuente de trabajo). Pero, no olvidemos que aún en esos casos maravillosos –que nosotros, en Argentina, apoyamos entusiastamente- se trata de sectores marginales y colaterales dentro del capitalismo.

Para generalizar esa experiencia y realizar una transformación total y radical de la sociedad hay que tomar el poder mediante una revolución. No hay otra.

Pretender cambiar el mundo y la sociedad sin hacer una revolución es, en el mejor de los casos..., una vieja utopía reformista. En el peor de los casos conduce a una nueva frustración cuando los trabajadores se vuelvan a chocar con el límite infranqueable que el poder armado de los capitalistas interpondrá, sí o sí, cuando los trabajadores pretendan apoderarse y recuperar, no ya una fábrica aislada o un pequeño tallercito marginal sino las empresas fundamentales de la sociedad capitalista, aquellas que generan anualmente una renta millonaria (en dólares). Para un período que se abre, entonces, con la toma del poder, el Che Guevara plantea que hay que organizar la economía por ramas productivas, pero no con empresas autogestionadas económica y financieramente de manera autónoma, sino como un sistema único: planificando la economía. No resulta útil ni “realista” que cada empresa persiga maximizar ganancias y disminuir pérdidas, estimulando a sus trabajadores a partir de premios materiales, sino que hace falta tratar de equilibrar la relación entre todas las ramas productivas a nivel social de manera planificada. Eso implica que cuando una empresa le vende tractores, por ejemplo, a otra empresa –dentro de una sociedad donde se han eliminado socialmente a los patrones- no intercambian mercancías entre sí, intercambian productos, que no es lo mismo. Intercambian productos que no necesariamente se pagan por su valor, porque la ley del valor, regularidad social que rige el funcionamiento de toda sociedad capitalista —sostiene el Che— no debe ya regir para la transición socialista. Conclusión: el mercado, entonces, resulta incompatible con el socialismo. No puede sobrevivir el mercado después de tomar el poder e iniciar el tránsito al socialismo. Por supuesto que esto no se anula por decreto, y el Che no era tan ingenuo como para pensar que con un decreto administrativo se suprime el mercado. Pero la tendencia —él dice exactamente eso, “la tendencia”—, hacia dónde nos dirigimos, es hacia cancelar el mercado. Nunca lo podremos hacer por decreto, de un día para otro, en un abrir y cerrar de ojos, pero e elimina de este modo la regulación mercantil de la economía, la regulación a posteriori del intercambio social, el desperdicio y el despilfarro de trabajo social global en función de las variaciones de precios y valores.

El dinero deja de jugar el rol central que tiene en el capitalismo: mediar entre las relaciones sociales. ¿Cómo incentivar entonces a los trabajadores si su esfuerzo ya no depende de cuánto gana en la competencia mercantil la empresa autártica que lo recompensa con premios materiales? Pues hay que incentivarlos –piensa el Che- apelando a la conciencia socialista. Los premios deben seguir existiendo, pero deben ser premios morales: nada más alto que lograr el reconocimiento de los compañeros y compañeras por haber cumplido el deber social de trabajar para los demás.

El que logra ese reconocimiento es parte de...-una palabra que hoy no está de moda...-: la vanguardia. Vanguardia no equivale al “aparato” político, no es sinónimo de verticalismo, de aquel pequeño grupo de iluminados autosuficientes y petulantes que pretende sustituir a las masas. ¡No, nada que ver!. En una sociedad en transición al socialismo, vanguardia es quien más se esfuerza, el que va adelante, el que sobresale por haber cumplido un deber social, el que deja lo mejor de sí para mejorar la sociedad y ayudar a los demás.

La palanca del estímulo pasa a ser entonces moral, no dineraria ni material.

Y sobre todo un premio de carácter colectivo.

El terreno de disputa se traslada al ámbito de la conciencia. Se compite con el capitalismo, pero ya no en su mismo terreno (donde siempre nos ganaría...) sino en nuestro mejor terreno: el de la cultura política, el de la conciencia socialista, el de la moral comunista. Allí se crea cotidianamente y se construye el hombre nuevo y la mujer nueva.

Y no hay que “esperar” (piedra de toque de todas las ortodoxias marxistas...esperar...) a que estén bien desarrolladas las fuerzas productivas para recién allí, adelantar las relaciones de producción. ¡No se puede ser tan mecánico en nombre de Marx!. Como la revolución es mundial, afirma el Che, la conciencia se vuelve también mundial y adquiere características mundiales. Si la conciencia se vuelve una palanca fundamental para desarrollar la sociedad, aún cuando no estén totalmente desarrolladas las fuerzas productivas, se pueden adelantar las relaciones de producción de manera de ir superando el mercado, el dinero como mediador social entre las empresas, el premio monetario individual y la relación inmediata entre mercancía, valor y precio. Las relaciones sociales de producción, insertas en un proceso de correlación de fuerzas favorable a partir de la toma del poder por los revolucionarios, insertos en una mundialización de la conciencia socialista y como parte de un proyecto político estratégicamente comunista, se pueden ir adelantando para que a su vez se facilite el mayor desarrollo de las fuerzas productivas. Como le señaló Ernest Mandel a Bettelheim en el debate, en el marxismo la relación entre “fuerzas productivas” y “relaciones de producción” nunca es mecánica y tiene validez para grandes períodos históricos. Su equivalencia no puede hacerse medir unívocamente en períodos relativamente cortos... Ese es, sintéticamente, el planteo del Che Guevara. El planteo de Guevara no es metafísico. Él da muchos ejemplos concretos para entender su apuesta política estratégica pensando en la vida cotidiana. Se pregunta: en un periodo de transición al socialismo, el Estado ¿debe respetar la ley del valor? No pueden venderse los objetos como si fuesen mercancías, de acuerdo a su valor. No, dice Guevara, el Estado interviene. Si los revolucionarios están en el poder y tienen fuerza política, insistimos, pueden poner un libro a cinco (5) $, aunque realmente valga treinta y seis (36) $. No importa. Se puede imponer una política de precios que viole la ley del valor porque nos interesa fomentar esto y no aquello. Entonces, cuando el Estado interviene, está violentando la ley del valor, dice el Che. Y está bien, porque respetar la ley del valor como si fuese un fetiche, aun en una sociedad de transición al socialismo implica reproducir justamente el fetichismo de la mercancía. Pensar que la economía es autónoma (y que tiene “leyes fundamentales” que no se pueden tocar, como pensaba Bettelheim), es decir, que el hombre tiene que arrodillarse ante ella, justamente eso es fetichismo. Así lo denomina Marx en ese libro que tanto estudió y al que tanto respeto y amor le tenía el Che Guevara: El Capital. La economía nunca es completamente autónoma, no tiene leyes autónomas como si fueran leyes naturales (que existen independientemente de los sujetos y sus luchas). Son, en todo caso, —dice Carlos Marx— regularidades de tendencias pero no ajenas a la lucha de clases. Existen corrientes marxistas (diversas e incluso enfrentadas a la corriente del Che), por lo general de fuerte impregnación positivista, que piensan que no es así, que la economía tiene leyes autónomas y que no se puede interceder en ellas. Coinciden plenamente, en nombre de Carlos Marx y de la bandera roja, con los economistas liberales. Porque son los economistas burgueses quienes más defienden el carácter “autónomo” de la economía. Son ellos quienes más defienden la economía entendida como fetiche, como realidad ajena, independiente y externa a los sujetos sociales y a sus conflictos, como una institución “natural” que no puede modificarse. En cambio, el Che plantea, al igual que Carlos Marx, que si se pretende comprender la realidad de manera científica, no se puede ser fetichista: no existe una “mano invisible” (como pensaba Adam Smith), no existe una economía al margen de las relaciones de fuerza, de las relaciones políticas, al margen —en el lenguaje clásico del marxismo— de la lucha de clases. Menos que menos, en una sociedad donde se supone que el poder central está en manos de los revolucionarios. Entonces, ¿cómo seguir respetando de manera fetichista estas supuestas “leyes naturales de la economía” y dejar que el mercado vaya..., vaya a saber uno hacia dónde...?. En realidad sí se sabe.

El mercado conduce en una sola dirección cuando se lo deja actuar en forma “autónoma”: ¡Hacia el capitalismo!. Por eso el Che, cuando critica en sus Cuadernos de Praga el Manual de economía política de la Academia de Ciencias de la URSS, vaticina que la Unión Soviética está regresando al capitalismo. Guevara no era brujo ni tenía la bola de cristal ni se comunicaba con un oráculo o una pitonisa. Simplemente advertía hacia donde se dirigía ese mercado que, de manera fetichista, se estaba alimentando y reproduciendo en la economía soviética en nombre del respeto a “las leyes fundamentales de la economía”. Esto es entonces, en una síntesis brutal y sumamente esquemática, aquello que se discutió en Cuba durante 1963 y 1964: todos los temas de la relación entre precios y valores, los costos de producción, la autogestión de las empresas, cómo financiar las empresas, la relación entre el mercado y el plan, etc. Guevara tenía una frase en broma —recuerda uno de sus colaboradores, Enrique Oltuski, que colaboró con él en el Ministerio de Industria— que decía así: “cuando todo el mundo sea comunista o cuando la revolución triunfe a nivel mundial [ese y no otro era el proyecto del Che], tenemos que mantener capitalista a Andorra, un país pequeño, para ver ahí cuál es ahí la relación entre precios y valores”, pero en el mundo comunista vamos a violentar eso en función de un proyecto político. Me parece que ése es el eje de la discusión, y que si uno lo analiza desde este punto de vista permite entender de otra manera las situaciones políticas concretas. Tanto la de Cuba como la de la URSS. Por ejemplo, en la revolución bolchevique, hubo un período, cuando recién tomaron el poder los revolucionarios, en 1917, donde los invaden catorce potencias extranjeras, hay ejércitos de todos los países capitalistas que los invaden para hacer salvajadas y barbaridades. Esa guerra civil, entre los blancos y los rojos, fomentada por el imperialismo, dura tres años. Los historiadores de la revolución rusa, incluso los más académicos, como Edward Carr, historiador británico que tiene varios tomos sobre la revolución rusa, cuando periodiza afirma que ese período de guerra dura tres años. Se llama “comunismo de guerra”. Dura hasta que el país está exhausto, los rojos le ganan la guerra a los blancos, o sea: los bolcheviques le ganan la guerra a los capitalistas, pero con un costo altísimo, porque el país se desangró, se destruyó la industria, murieron millones. Entonces, como los dirigentes bolcheviques, empezando por Lenin, no eran idealistas ingenuos, sino que eran políticos realistas, Lenin plantea como hipótesis: tenemos que dar un paso atrás, porque no nos da la fuerza para continuar este comunismo a marcha forzada, tenemos que retroceder hasta recomponer parcialmente la economía y ahí acelerar de nuevo. Allí plantea la NEP (Nueva Política Económica). Lenin es consciente de que es un paso atrás, es un retroceso, pero no es un retroceso estratégico, sino táctico. Es decir que no nos da la fuerza, estamos al borde de la extinción, damos un paso atrás, volvemos a dar aire al mercado para después tomar fuerza y volver a empujar de nuevo.

Es un retroceso motivado por razones políticas: no nos dan las relaciones de fuerza, ni a nivel nacional, ni a nivel internacional, porque todos los intentos revolucionarios en occidente fracasaron; fracasó la insurrección italiana, la insurrección en Hungría, la insurrección alemana, todos estos intentos fueron aplastados.

Si entendemos que la economía no tiene funcionamiento automático, sino que está inserta en relaciones de fuerza, uno puede entender retrospectivamente este paso que da Lenin en 1921, con lo que se llama la NEP: donde le vuelve a dar aire al mercado, como

un retroceso que está motivado por una decisión política porque no dan las relaciones de fuerza. No como el camino estratégico hacia el comunismo, como pensaba aquel polemista de Lenin, llamado Nicolás Bujarin, quien en su madurez decía que el mercado es el camino estratégico hacia el comunismo. Entendemos, entonces, de nuevo, a la economía no divorciada de la política, ni de la lucha de clases, no como si tuviera un funcionamiento automático, sino inserta en las relaciones de fuerza. Por eso nosotros pensamos que cuando Marx habla del valor, del dinero, del capital, todas estas categorías que aparecen en su obra El Capital, está hablando de relaciones sociales, que son relaciones de fuerza, relaciones de poder.

El Capital no es un texto de economía, es un texto que habla del poder, de cómo se ejerce el poder en el capitalismo y cómo se lucha contra él 33. Entonces, de la misma manera que podemos entender de otra manera la NEP de Lenin, podemos comprender, por ejemplo los desafíos de la revolución cubana actual, ya que vuelve el mercado en Cuba, vuelven las inversiones extranjeras ¡y todo el retroceso que eso implica! ¿Retroceso? ¿Dónde? Pues en la conciencia, porque aumentará el producto bruto interno de Cuba, se recompondrá Cuba de cómo la dejó la Unión Soviética cuando se desplomó, habrá más comida y más consumo, pero con un costo elevadísimo en la subjetividad: vuelve la prostitución, vuelve la distinción de clases, el que cobra en dólares y el que cobra en pesos, el que se vincula al turismo y gana una ventaja sobre el que no tiene contacto con el turismo y se maneja en otra órbita; todo un retroceso en la conciencia enorme. Uno puede plantearse, igual que con la NEP, esto que está viviendo hoy Cuba es un retroceso, porque no da la fuerza, porque Cuba está aislada, porque por ahora, al menos, no hay una revolución internacional que vaya a acompañarla, es cierto que estamos avanzando porque no estamos igual que en 1993. Hay rebeliones en el mundo desarrollado, hay un avance, nos estamos recomponiendo, pero todavía no hay una revolución internacional que amenace al imperialismo. Entonces Cuba sigue aislada. A la dirección cubana y a Fidel Castro no les queda otra, por relaciones de fuerza, que retroceder como le pasó a Lenin, al que tampoco le quedó otra en tiempos de la NEP... Desde un escritorio dictar sentencia es facilísimo..., ahora bien, dirigir un proceso revolucionario histórico es mucho más complejo: hay que estar inserto en las relaciones de fuerza y ahí intervenir. Nos parece, entonces, que entender la economía de esta manera permite evitar el terrible equívoco de los que piensan “¡Ah!, ¿hay mercado de nuevo en Cuba...?, éste es el camino estratégico al comunismo”.

¡No!, de ningún modo. Ningún camino estratégico; esto es un retroceso que por ahora no se puede evitar porque existe un aislamiento internacional y existen relaciones de fuerza desfavorables frente al imperialismo, pero no es el camino estratégico.

De las manos del mercado no vamos al comunismo, volvemos al capitalismo. Ésta era la opinión del Che. Por eso Guevara planteaba que Yugoslavia, Polonia y la misma Unión Soviética volvían al mercado, volvían a plantar esta opción de que cada empresa se autofinancie, que maximice ganancias y disminuya pérdidas: estaban retrocediendo al capitalismo, no es un avance. Nos parece que este debate no quedó en el pasado, no es que “vamos a reconstruir como si estuviéramos en una visita guiada de un museo qué opinaron en 1963 y 1964 los cubanos”.... No, creemos que es un debate que tiene suma actualidad. Nos parece que tiene actualidad por el tema de la política, porque instala —por lo menos era la opinión del Che, que nosotros compartimos— como eje del proyecto revolucionario local, nacional y mundial, la política y la conciencia. Nunca pensar que la economía marcha sola, nunca plegarnos alegremente –y menos que nada en nombre de la “ortodoxia marxista”...- a la marcha de la economía, encima citando a Marx ¡De ningún modo!. No nos olvidemos de aquellas lúcidas tesis de Walter Benjamin según las cuales lo peor que le pudo pasar a la clase trabajadora alemana fue pensar –de la mano de la socialdemocracia y su ideología progresista- que “marchaba con la corriente económica”.

Por eso nuestro eje es siempre: el poder, la política y la conciencia. Esta es la razón por la cual no se pueden divorciar sus textos políticos de este debate económico, ya que el objetivo central de los revolucionarios es el poder. Que nadie se confunda. Este “Sistema Presupuestario de Financiamiento” que él planteaba no se puede hacer dentro del capitalismo. Existe un pasaje de los escritos del Che donde se aclara bien que cuando Guevara plantea la primacía de los incentivos morales no está pensando en una idea del “hombre bueno” roussoniana ni ninguna idea similar de tipo metafísica o ahistórica. El pasaje corresponde a un artículo que se titula “Sobre la construcción del Partido”. Pertenece a un prólogo que el Che hace a una compilación de aquella época sobre qué necesidad hay de construir una organización política, y en un momento plantea taxativamente: “El socialismo no es una sociedad de beneficencia, no es un régimen utópico basado en la bondad del hombre como hombre, el socialismo es un régimen al que se llega históricamente y que tiene como base la socialización de los bienes fundamentales de producción y la distribución equitativa de todas las riquezas de la sociedad, dentro de un marco en el cual haya producción de tipo social”. Más adelante Guevara vuelve sobre el tema central de la toma del poder. O sea, el socialismo no es para el Che un régimen de beneficencia donde nos agrupamos la buena gente y los bienintencionados del mundo. Su objetivo no es simplemente la supervivencia o repartir la pobreza...apuntamos a manejar el conjunto de la riqueza social y a planificar fundamentalmente las palancas centrales donde se produce y reporoduce el conjunto de la sociedad. No nos conformamos con aquello que sobra, con lo que deja el capitalismo en sus márgenes porque no es rentable. Vamos precisamente en busca de lo más rentable, no para obtener renta y apropiarnos individualmente de la plusvalía social (como hacen los patrones y los explotadores) sino para transformar en forma radical las relaciones sociales centrales. Y no sólo en un pueblo o en un país determinado sino a nivel global. Nuestro proyecto es bien ambicioso. Su gran presupuesto es la lucha, la confrontación y la toma revolucionaria del poder... Es preciso aclararlo porque en nuestra época, por determinadas circunstancias históricas, hemos sido golpeados, provenimos de un desarme teórico impresionante, han circulado un montón de teorías y relatos posmodernos y posestructuralistas... A nuestro modo de ver su origen no proviene de los pueblos más pobres de la Argentina, de México o de Brasil, ni del África superexplotada, sino de la Sorbona, de París. ¡Esto no tiene nada de malo! Pero de ahí vienen estas teorías sobre la no relevancia de la lucha popular por la revolución y el poder para cambiar radicalmente la sociedad. Hay que saberlo. Hay que estar informados.

Hay que estar atentos al origen. Estos planteos no surgen “de la experiencia de los pueblos latinoamericanos”, como algunos pueden creer ingenua y apresuradamente. ¡No, no! Esto no brota de la experiencia de nuestro pueblo. Esto proviene de París...

Esta idea de que, primero, “no hay que tomar el poder”; y segundo, que “el socialismo (como régimen social) se empieza a construir todos los días, en cada barrio, en cada cuadra”... Entonces yo hago socialismo en mi casa, en mi cocina, él hace socialismo en su dormitorio, en la escuela hacemos socialismo, en la oficina hacemos socialismo, el socialismo está en todos lados, porque “el poder está en todos lados”..., “todos tenemos el poder todos los días y a cada rato”... Estas ideas se difunden mucho. Los grandes monopolios de la comunicación (esos mismos que bastardean todas las luchas, que acallan a los luchadores de verdad, que no les dan espacio a las Madres de Plaza de Mayo, al Movimeinto Sin Tierra o a cualquier otro movimiento revolucionario) promocionan hasta el hartazgo este tipo de formulaciones...¿por qué será?... Esto se difunde y se intenta inocular como “ideología oficial” dentro del movimiento mundial contra la globalización capitalista. Nosotros, con todo respeto, lo decimos fraternalmente, no compartimos esa visión ideológica.

El poder no está en todos lados, el poder cada vez lo tiene menos gente y la mayoría de la población mundial cada día es más dominada y más explotada. ¡Nuestros pueblos no tienen el poder!. Aquel que nos dice que “todos tenemos el poder todos los días”, y entonces no es necesario plantearse una estrategia política a largo plazo para hacer una revolución...nos parece, con todo respeto, que nos está mintiendo. Por más que le ponga a ese tipo de formulaciones una serie de neologismos y de frases bonitas y lo acompañe con citas eruditas de Baruch Spinoza. Nos está hablando de algo que no es real. En la vida real, en nuestra historia presente, en nuestra sociedad globalizada, el poder cada vez está más concentrado y cada vez lo tiene menos gente. Por eso el Che Guevara planteaba “el socialismo no es una sociedad de beneficencia”, porque el eje es la socialización de los bienes fundamentales, no se trata de socializar una panadería (si la podemos socializar mejor...), se trata de socializar las palancas fundamentales de una sociedad. Y para ello hace falta luchar por el poder y tener una estrategia a largo plazo.

En la Argentina, por ejemplo, ¿qué hacemos con el petróleo? Según cálculos que se han hecho, las empresas del petróleo generan actualmente [2002] en nuestro país seis mil millones de dólares (6.000.000.000 de dólares) de renta anual. ¿Vamos a socializar el petróleo?. ¿Sí! ¡Vamos a socializar el petróleo! Hagamos el intento...

Ahí aparece el poder en serio, con su verdadero rostro, y allí queda claro quien tiene el poder y quien no lo tiene... Si el movimiento popular argentino llegara a proponerse la apropiación en la práctica de la renta en seis mil millones de dólares de las empresas del petróleo...ahí se acaba la “tolerancia” y el “disenso democrático”... porque ése es el eje fundamental de una economía. Por eso el Che plantea que lo que principalmente hay que socializar son los ejes fundamentales y ahí está en juego el poder. Ahí sí queda claro quien tiene y quien no tiene el poder, quién domina y quién es dominado. Lo que hay que empezar a pensar, aunque sea a largo plazo, es cómo socializar las columnas fundamentales de una sociedad. No sólo el quiosco o la panadería; el quiosco lo podemos hacer cooperativa, pero no es el eje de una sociedad, si en cambio se plantea la socialización cooperativa o con gestión de los trabajadores de un eje fundamental de una sociedad, ahí aparece ante nosotros el poder con su rostro desnudo. En ese instante se acaba instantáneamente el simpático discurso filosófico postestructuralista y sus ilusiones acerca del “poder difuso”.

Ahí nos aplastan. Nos aplastan si no tenemos con qué responder y si no tenemos una estrategia política propia a largo plazo... Por eso el pensamiento político del Che nos parece tan sugerente y tan actual para pensar no sólo en el pasado, en lo que sucedió con los intentos de transición socialista durante el siglo XX, sino principalmente en los desafíos del futuro.